jueves, 24 de junio de 2010

Nuestro triatlón en la televisión canaria.

Felicidades a toda la comunidad educativa del CEO Puerto Cabras por la gran jornada deportiva y de convivencia que celebramos el pasado martes día 22 con nuestro Primer Triatlon Escolar. La jornada tuvo de todo: cansancio, sufrimiento, fatiga, caídas, lesiones, sed, alegría, premios, humor, comida... pero sobre todo muy buen rollo. Queremos desde aquí mostrar nuestro agradecimiento a todos los participantes por la gran deportividad mostrada y sobre todo a Cristóbal, nuestro profesor de Educación Física, por hacer realidad proyectos como éste. Si pincháis en la imagen de los trofeos, podréis ver el vídeo sobre el evento emitido en el programa Canarias Directo, de la Televisión Canaria (minuto 33,25). También podéis ver algunas fotos pinchando aquí.

domingo, 20 de junio de 2010

La leyenda del espantapájaros



Érase una vez un espantapájaros que no tenía amigos. Trabajaba en un campo de trigo. No era un trabajo difícil pero sí muy solitario. Sin nadie con quien hablar, sus días y sus noches se hacía eternas. Lo único que podía hacer era mirar los pájaros. Cada vez que pasaban, él los saludaba.

Pero ellos nunca respondían. Era como si le tuviesen miedo. Un día hizo algo prohibido: les ofreció unas semillas. Pero aun así ellos no querían saber nada. Él se preguntaba por qué nadie quería ser su amigo. Así pasó el tiempo hasta que una noche fría, cayó a sus pies un cuervo ciego. El cuervo estaba tiritando y hambriento. El espantapájaros decidió cuidar de él. Tras varios días el cuervo ciego mejoró. Antes de despedirse el espantapájaros preguntó por qué los pájaros nunca querían hacerse amigos de los espantapájaros y el cuervo explicó que el trabajo de los espantapájaros era asustar a los pobres pájaros que sólo querían comer; eran unos seres malvados y despreciables, unos monstruos. Ofendido, el espantapájaros le explicó que él no era malo a pesar de ser un espantapájaros.

Una vez más el espantapájaros se quedó sin amigos. Esa misma noche decidió cambiar su vida. Despertó a su amo y le dijo que quería otro oficio, que ya no quería asustar más a los pájaros. Aterrorizado, el amo despertó a todos sus vecinos, les contó que el espantapájaros había cobrado vida y que esto sólo podía ser obra del diablo. Cerca del molino estaba el cuervo ciego. Sus compañeros le explicaron que los vecinos de la aldea estaban quemando un molino donde se intentaba esconder un espantapájaros con una bufanda muy larga. El cuervo ciego entonces les explicó que ese era el espantapájaros bueno, el que le había salvado la vida. Conmocionados por la historia, los cuervos quisieron salvar al espantapájaros pero era demasiado tarde y ya no podían hacer nada: el espantapájaros murió quemado. Los cuervos esperaron hasta el amanecer y cuando no había llamas se acercaron a los restos del molino, cogieron las cenizas del espantapájaros y volaron alto, muy alto y desde lo más alto esparcieron las cenizas por el aire. El viento llevó las cenizas por toda la comarca. Las cenizas volaron junto con todos los pájaros y de esta manera, el espantapájaros nunca volvió a estar solo porque sus cenizas ahora volaban con sus nuevos amigos. Y en recuerdo de la trágica muerte del espantapájaros, el cuervo ciego y todos sus compañeros decidieron vestir de luto y por eso desde entonces, en memoria del espantapájaros, todos los cuervos son negros.

miércoles, 16 de junio de 2010

El maestro - Eduardo Galeano


Sonó el teléfono. Escuché la orden:

—Te llamo para decirte que vas a ser jurado.

—¿Jurado?

-Sí, sí. Jurado en un concurso.

—Gracias por avisarme —alcancé a balbucear.

Ella tenía doce años y era alumna de la escuela de la calle Monte Caseros:

—Es un concurso de novelas. Las escribimos nosotros, los del sexto grado.

—Gulp —dije.

—Te esperamos mañana —mandó.

Y fui.

Los novelistas eran un enjambre de chiquilines que hablaban todos a la vez. El maestro Oscar, puños raídos, sueldo de fakir, los dejaba hacer. Ellos habían organizado aquel concurso de novelas, ilustradas por sus autores, y habían conseguido que un joyero del barrio donara medallitas con el nombre grabado de cada uno de los participantes.

En la ceremonia de la premiación, fue prohibida la entrada de los padres y demás adultos. Los tres jurados, el maestro Oscar, una de las autoras y yo, dimos lectura al acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. Todos fueron premiados, y cada premio recibió una ovación y una lluvia de serpentinas.

Después, el maestro me dijo que lo bueno que tiene enseñar está en lo mucho que uno aprende:

—Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.

Y una de las alumnas, que había venido a Montevideo desde un pueblo perdido en los campos, se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y muerta de risa me dijo que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que al maestro lo quería, lo quería muuuuuuucho, porque era él quien le había enseñado lo más importante: le había enseñado a perder el miedo de equivocarse.